Escuela Inclusiva
Cuando hablamos de escuela inclusiva se suele pensar en los establecimientos destinados a niños y adolescentes con discapacidad. Pero la escuela inclusiva no se limita a esa población sino que se orienta a un grupo mucho mayor, formado por niños, adolescentes y jóvenes que por diferentes razones tienen dificultades para aprender en la escuela.
La escuela inclusiva ofrece el espacio para lograr el reconocimiento del derecho que todos tenemos a pertenecer a una comunidad, construir cultura e identidad con los otros y a educarnos en las instituciones formalmente reconocidas, cualquiera sea el medio social, la cultura, la ideología, el sexo, la etnia o situaciones personales derivadas de una discapacidad física, intelectual, sensorial o, incluso, de una sobredotación intelectual.
Cuando se habla de “inclusión” es común confundirlo con el término de “integración”. Si bien son términos muy similares, contienen una diferencia. La integración se refiere al proceso de enseñar juntos a niños con y sin n.e.e. La inclusión es una concepción mucho más profunda. La escuela inclusiva enfatiza el sentido de comunidad, para que todos tengan la sensación de pertenencia, apoyen y sean apoyados por sus pares y demás miembros de la comunidad escolar, al tiempo que se encuentran respuestas adecuadas a sus necesidades educativas especiales.
En la inclusión, el centro de atención es la transformación de la organización y la respuesta educativa de la escuela para que acoja a todos los niños y jóvenes, y tengan éxito en el aprendizaje.
El mérito de las escuelas inclusivas es que, además de ser capaces de dar una educación de calidad a todos los alumnos, se logre cambiar las actitudes de discriminación, para crear comunidades que acepten a todos, y por ende, colaboren en la construcción de una sociedad integradora[1].
El principio general que debe regir en las escuelas inclusivas es que todos los niños deben aprender juntos omitiendo sus dificultades y diferencias individuales, centrando su mirada en las fortalezas. Deben adaptarse a los diferentes ritmos de aprendizaje de los alumnos y garantizar una enseñanza de calidad. Los alumnos deben recibir todo el apoyo adicional necesario para garantizar una educación eficaz.
El principal reto de la integración de alumnos con n.e.e en escuelas comunes consiste en modificar las actitudes y la organización de la institución escolar en su conjunto. Esto implica cambios en todo el proyecto educativo, influyendo principalmente en:
Principios educativos y objetivos generales.
Normas de convivencia.
Planificación de la enseñanza.
Ordenación de ciclos, grupos, etc.
Organización de los recursos.
Conexiones con los servicios de apoyo.
Disposición de los espacios y su distribución.
Metodología empleada.
Criterios y métodos de evaluación.[2]
Es importante señalar algunos aspectos que obstaculizan la integración escolar. De entre ellos se encuentran:
Excesivo número de alumnos por aula
Limitaciones del edificio escolar
Ausencia o mala planificación de la enseñanza
Ausencia de servicios de apoyo
Ausencia del trabajo de equipo por parte de profesores y alumnos
Criterios rígidos de evaluación
Falta de comunicación centro-familia.[3]
En contrapartida de estos aspectos, la escuela inclusiva debe asumir ciertas características para que ésta logre asegurar el buen funcionamiento de la integración escolar. De entre ellas se destacan:
1) Tamaño del centro: no más de diez o doce unidades.
2) Número de alumnos por aula: un máximo de dos niños integrados en aulas de entre 25-30 alumnos.
3) Sistema de poder: centro organizado por órganos en cuyas decisiones hay participación conjunta.
4) Nivel de comunicación interna: existencia de órganos colegiados (Consejo Escolar, asamblea de padres, etc.).
5) Comunicación entre la escuela y su entorno social: integración también en la colectividad (barrio, familia, sociedad).
6) El trabajo en equipo de los profesores y su estabilidad: permanencia estable de los profesores.[4]
Para que el centro escolar pueda asumir con éxito la integración, también es necesario tener en cuenta que el profesor posea una actitud de aceptación positiva de las diferencias, como también una buena preparación psicopedagógica para estar capacitado a observar y conocer a sus alumnos, para adaptar mejor la enseñanza y sus condiciones a las características particulares de cada uno. Además es necesario que la estructura interna de los grupos manifieste un grupo cohesionado. Por último, también es necesario agregar la importancia de la metodología empleada basada en las particularidades de cada alumno.
Gran parte de la labor a favor de la inclusión, es proporcionada (como es mencionado) por la escuela. Sin embargo, ésta tarea no le corresponde solamente a ella, sino que nos corresponde a todos, al estado, a la sociedad, a todo el sistema educativo, y también a la Iglesia. De allí, ésta afirmación:
“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Si el designio salvífico es total, consecuentemente, la comunidad educativa de inspiración cristiana, tiene que ser testigo y profeta de la inclusión”.[5]
[1] Dadamia, Miguel. Lo especial en la educación. Pg 66.
[2] García Fernandez. Integración escolar. Aspectos didácticos y organizativos. Pg 143.
[3] Idem. Pg 144.
[4] Idem. Pg 144-147.
[5] XXI Congreso Interamericano de Educación Católica. Pg 11.
Cuando hablamos de escuela inclusiva se suele pensar en los establecimientos destinados a niños y adolescentes con discapacidad. Pero la escuela inclusiva no se limita a esa población sino que se orienta a un grupo mucho mayor, formado por niños, adolescentes y jóvenes que por diferentes razones tienen dificultades para aprender en la escuela.
La escuela inclusiva ofrece el espacio para lograr el reconocimiento del derecho que todos tenemos a pertenecer a una comunidad, construir cultura e identidad con los otros y a educarnos en las instituciones formalmente reconocidas, cualquiera sea el medio social, la cultura, la ideología, el sexo, la etnia o situaciones personales derivadas de una discapacidad física, intelectual, sensorial o, incluso, de una sobredotación intelectual.
Cuando se habla de “inclusión” es común confundirlo con el término de “integración”. Si bien son términos muy similares, contienen una diferencia. La integración se refiere al proceso de enseñar juntos a niños con y sin n.e.e. La inclusión es una concepción mucho más profunda. La escuela inclusiva enfatiza el sentido de comunidad, para que todos tengan la sensación de pertenencia, apoyen y sean apoyados por sus pares y demás miembros de la comunidad escolar, al tiempo que se encuentran respuestas adecuadas a sus necesidades educativas especiales.
En la inclusión, el centro de atención es la transformación de la organización y la respuesta educativa de la escuela para que acoja a todos los niños y jóvenes, y tengan éxito en el aprendizaje.
El mérito de las escuelas inclusivas es que, además de ser capaces de dar una educación de calidad a todos los alumnos, se logre cambiar las actitudes de discriminación, para crear comunidades que acepten a todos, y por ende, colaboren en la construcción de una sociedad integradora[1].
El principio general que debe regir en las escuelas inclusivas es que todos los niños deben aprender juntos omitiendo sus dificultades y diferencias individuales, centrando su mirada en las fortalezas. Deben adaptarse a los diferentes ritmos de aprendizaje de los alumnos y garantizar una enseñanza de calidad. Los alumnos deben recibir todo el apoyo adicional necesario para garantizar una educación eficaz.
El principal reto de la integración de alumnos con n.e.e en escuelas comunes consiste en modificar las actitudes y la organización de la institución escolar en su conjunto. Esto implica cambios en todo el proyecto educativo, influyendo principalmente en:
Principios educativos y objetivos generales.
Normas de convivencia.
Planificación de la enseñanza.
Ordenación de ciclos, grupos, etc.
Organización de los recursos.
Conexiones con los servicios de apoyo.
Disposición de los espacios y su distribución.
Metodología empleada.
Criterios y métodos de evaluación.[2]
Es importante señalar algunos aspectos que obstaculizan la integración escolar. De entre ellos se encuentran:
Excesivo número de alumnos por aula
Limitaciones del edificio escolar
Ausencia o mala planificación de la enseñanza
Ausencia de servicios de apoyo
Ausencia del trabajo de equipo por parte de profesores y alumnos
Criterios rígidos de evaluación
Falta de comunicación centro-familia.[3]
En contrapartida de estos aspectos, la escuela inclusiva debe asumir ciertas características para que ésta logre asegurar el buen funcionamiento de la integración escolar. De entre ellas se destacan:
1) Tamaño del centro: no más de diez o doce unidades.
2) Número de alumnos por aula: un máximo de dos niños integrados en aulas de entre 25-30 alumnos.
3) Sistema de poder: centro organizado por órganos en cuyas decisiones hay participación conjunta.
4) Nivel de comunicación interna: existencia de órganos colegiados (Consejo Escolar, asamblea de padres, etc.).
5) Comunicación entre la escuela y su entorno social: integración también en la colectividad (barrio, familia, sociedad).
6) El trabajo en equipo de los profesores y su estabilidad: permanencia estable de los profesores.[4]
Para que el centro escolar pueda asumir con éxito la integración, también es necesario tener en cuenta que el profesor posea una actitud de aceptación positiva de las diferencias, como también una buena preparación psicopedagógica para estar capacitado a observar y conocer a sus alumnos, para adaptar mejor la enseñanza y sus condiciones a las características particulares de cada uno. Además es necesario que la estructura interna de los grupos manifieste un grupo cohesionado. Por último, también es necesario agregar la importancia de la metodología empleada basada en las particularidades de cada alumno.
Gran parte de la labor a favor de la inclusión, es proporcionada (como es mencionado) por la escuela. Sin embargo, ésta tarea no le corresponde solamente a ella, sino que nos corresponde a todos, al estado, a la sociedad, a todo el sistema educativo, y también a la Iglesia. De allí, ésta afirmación:
“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Si el designio salvífico es total, consecuentemente, la comunidad educativa de inspiración cristiana, tiene que ser testigo y profeta de la inclusión”.[5]
[1] Dadamia, Miguel. Lo especial en la educación. Pg 66.
[2] García Fernandez. Integración escolar. Aspectos didácticos y organizativos. Pg 143.
[3] Idem. Pg 144.
[4] Idem. Pg 144-147.
[5] XXI Congreso Interamericano de Educación Católica. Pg 11.